Entramos en Dalt Vila, con más entusiasmo que nunca. Sabíamos lo que nos encontraríamos y nos alegrábamos de ello.
Era como volver días atrás, recorrer aquellas pequeñas blancas calles y la amabilidad de los habitantes y personas que allí trabajaban. Me envolvió un pequeño sentimiento nostálgico que me entristeció un poco, pero que cada vez se hacía más intenso; era consciente de que no volveríamos a la ciudad y, de una u otra forma,sabía que era la despedida.
Quisimos volver a disfrutar de las vistas desde las murallas del Dalt Vila, esta vez
Mi mente voló y me olvidé de todo el alrededor, me imaginaba allí, en Ibiza, unos años más tarde, con mi vida organizada. Ese fue el momento en el que lo desee, y a partir de entonces vivo con ese sueño.
Después de un rato, bajamos hasta nuestra obligada parada, la Plaça del Sol, como ya habíamos prometido. Comenzó a llover y decidimos resguardarnos en las carpas del bar que ocupaban la plaza, allí y a modo de despedida, brindamos por nuestras vacaciones.
Mientras no paraba de llover disfrutamos de las maravillosas vistas desde aquellas alturas, sin duda, Ibiza es un regalo para los sentidos.
"Nunca chove que non escampe" y acertando el refranero gallego, paró de llover. Bajamos y salimos de Dalt Vila, casi era hora de cenar y comenzaba a oscurecer.
¡Al Hotel Don Toni, por favor!
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