Después de haber degustado nuestro particular manjar en el centro de la ciudad, nos dirigimos a la parada de taxis para regresar al hotel, así, desde el "Passeig de Vara de Rey" (un paseo bellísimo, adyacente a Plaça del parc) tomamos rumbo a Platja d'en Bossa.
No he hablado con detalle aún del hotel en el que nos hospedamos, por lo que esta me parece una ocasión perfecta.
El Hotel Don Toni se sitúa en la zona sur dePlatja d'en Bossa; cuenta con un parking propio además de un acceso directo a la propia playa, al encontrarse al lado de la misma. Durante nuestra estancia, aún siendo septiembre, nos encontramos con más extranjeros hospedados que propios españoles, era gracioso subir y bajar en el mismo ascensor cada día con gente de diferentes países: alemanes, italianos, británicos, franceses... era como teatralizar los chistes étnicos populares.
De todas formas, me pareció interesante observar el comportamiento de diferentes culturas en sitios tan simples como en el comedor, la zona de descanso del hotel o incluso en la playa.
Nuestra habitación se encontraba en la octava planta, zona privilegiada en cuanto a vistas se refiere, eso sí, cuando escuchabamos un zumbido sabíamos que en ese instante, un avión estaba sobrevolandonos. No era incómodo, al contrario, era curioso ver como los aviones iba acercándose cada vez más, dando la sensación de "choque inminente" pero pasaban de largo sacando las ruedas para aterrizar, unos kms más allá, en el aeropuerto. Resultaba incluso, divertido.
Otro de los privilegios, del cuál ya he hablado, era las maravillosas vistas a la playa. Desde las alturas podíamos ver cuanta gente se encontraba en ella, las "camas de playa" colocadas para la gente más "chic" acompañadas de sus botellas de champagne (o cava), las tumbonas... Era una vista panorámica que nos mostraba, a lo lejos, la preciosa muralla del Dalt Vila coronada por el torreón de la Catedral, lugar del que habíamos acabado de llegar.
Ahora, tocaba el turno de tostar nuestras carnes al sol.
"Welcome to Ibiza, welcome to the paradise"
Este blog nace con el único objetivo de poder disfrutar con vosotros de un paraíso cercano, la isla pitiusa de Ibiza, oficialmente denominada Eivissa.
Recorreremos algunos de sus rincones y sus magníficas vistas, simplemente, un espectáculo para los sentidos, que gustosamente, nos ofrece esta isla.
Recorreremos algunos de sus rincones y sus magníficas vistas, simplemente, un espectáculo para los sentidos, que gustosamente, nos ofrece esta isla.
jueves, 30 de diciembre de 2010
CONOCIENDO LA CIUDAD DE EIVISSA (PARTE 4)
Ya era mediodía, y afanados, bajábamos por Dalt Vila, después de haber dejado atrás aquellos rincones tan hermosos. Pero antes de salir de la ciudad antigua, nos "refugiamos" en un pequeño bar, intramuros, para refrescarnos y aliviar aquel calor tan sofocante; allí, pedimos las primeras consumiciones del día.
Era una zona tranquila e igualmente bella que las anteriores, su estilo me recordaba a tiempos pasados, como si no hubiese cambiado nada, me sentía bien, me transmitía tranquilidad.
Nuestra sorpresa llegó cuando vimos, en unas mesas cercanas al bar, a la ex-modelo Mar Flores. Bien es sabido que Ibiza es un punto de unión de mucha gente popular, pero creo, que no eramos conscientes de que pudiéramos encontrarnos con ninguno.
Después de esa curiosa anécdota, decidimos ir a la ciudad moderna, ya era hora de comer; unas calles más abajo y llegamos a una bonita y populosa plaza, la Plaça del parc.
Nos decantamos por un establecimiento, que graciosamente, nos deseaba buen provecho en catalá (o balear); su nombre era "Bon Profit". Jamás me arrepentiré de haber entrado, de hecho, días después, repetiríamos restaurante.
El Bon Profit era un bar puramente balear. Su diseño estaba entre lo antiguo y moderno, pero sus platos, su gastronomía, se basaba en la cultura de las islas. Pues bien, aún a riesgo de daros envidia diré que pedí pollo en salsa de almendras (pollastre en salsa d'ametlles), y como postre, greixonera (un tipo de bizcocho típico de la isla de Ibiza). El precio era muy asequible para tratarse de un establecimiento ubicado en el centro de la ciudad, y el trato era estupendo; me pareció curioso que nos hablaran en catalá (o balear) y me sirvió para aprender algunas palabras.
Ahí terminaba nuestra primera visita a la capital de la isla, pero como no, volveríamos días después para despedirnos de ella...
Era una zona tranquila e igualmente bella que las anteriores, su estilo me recordaba a tiempos pasados, como si no hubiese cambiado nada, me sentía bien, me transmitía tranquilidad.
Nuestra sorpresa llegó cuando vimos, en unas mesas cercanas al bar, a la ex-modelo Mar Flores. Bien es sabido que Ibiza es un punto de unión de mucha gente popular, pero creo, que no eramos conscientes de que pudiéramos encontrarnos con ninguno.
Después de esa curiosa anécdota, decidimos ir a la ciudad moderna, ya era hora de comer; unas calles más abajo y llegamos a una bonita y populosa plaza, la Plaça del parc.
Nos decantamos por un establecimiento, que graciosamente, nos deseaba buen provecho en catalá (o balear); su nombre era "Bon Profit". Jamás me arrepentiré de haber entrado, de hecho, días después, repetiríamos restaurante.
El Bon Profit era un bar puramente balear. Su diseño estaba entre lo antiguo y moderno, pero sus platos, su gastronomía, se basaba en la cultura de las islas. Pues bien, aún a riesgo de daros envidia diré que pedí pollo en salsa de almendras (pollastre en salsa d'ametlles), y como postre, greixonera (un tipo de bizcocho típico de la isla de Ibiza). El precio era muy asequible para tratarse de un establecimiento ubicado en el centro de la ciudad, y el trato era estupendo; me pareció curioso que nos hablaran en catalá (o balear) y me sirvió para aprender algunas palabras.
Ahí terminaba nuestra primera visita a la capital de la isla, pero como no, volveríamos días después para despedirnos de ella...
miércoles, 29 de diciembre de 2010
CONOCIENDO LA CIUDAD DE EIVISSA (PARTE 3)
¡Llegamos! Al fin estábamos allí, en la plaza, poco antes nos habíamos parado en unas pequeñas tiendas a comprar postales; era una zona idílica, sin apenas gente, agradable, especial, y la catedral sin inmutarse allí estaba, parada como tanto tiempo había estado ya, sencilla y humilde pero con encanto. Pronto descubrimos una pequeña callejuela que nos llevaba hacia un horizonte de mar; hacia allí nos dirigimos, intentando descubrir que sería lo próximo que me estremecería los sentidos.
Y no nos decepcionó, lo visto hasta entonces podría haber sido un pequeño guiño a lo que se mostraba ante nosotros; una gran vista al mar nos seducía y el azul del agua nos mantenía ensimismados en aquella visión tan perfecta.
Solamente el corre-corre de una pequeña lagartija (paradójicamente el símbolo de Ibiza) nos alejó de nuestro asombro, al acercarse a nosotros correteando por la muralla para después terminar huyendo entre unas zarzas.
Seguimos caminando alrededor del algarve para continuar asombrándonos con la panorámica de la isla; lo cierto es que durante nuestra caminata llegamos al Baluard de Sant Jordi, uno de los baluartes con los que consta la muralla de Dalt Vila y que estratégicamente servía como defensa (junto con el resto) en caso de luchas; así, aun conserva los cañones (ahora ornamentarios) de antaño, para acercarnos a una época de la que nos alejamos cada año.
Desde ese espacio podíamos ver como la geografía de la isla se estiraba, literalmente, hacía la isla de Formentera, que se veía en la lejanía, como si intentando burlarse del mar, pudiese llegar a tocarla.
Más cerca se observaban Ses Salines, saludándonos a lo lejos con el resplandor del sol mediterráneo en sus aguas tranquilas.
Después de todo, seguimos descendiendo hasta llegar a una pequeña plaza, una de las más bonitas de Dalt Vila, la Plaça del sol. Lo cierto es que nos encandiló, pero cansados, decidimos seguir bajando, prometiéndonos que volveríamos otro día para poder disfrutarla con tiempo, a ella y a todo el paisaje ibizenco.
Llegaba la hora de comer.
CONOCIENDO LA CIUDAD DE EIVISSA (PARTE 2)
Con calor y un sofoco al que no estábamos acostumbrados, nos dispusimos a descubrir los encantos de aquella misteriosa zona antigua . Lo que primero atrajo nuestra atención fueron las pequeñitas tiendas artesanales y con diferentes testigos de la moda y tradición ibizenca. A esto último tengo que añadir, que la moda ibizenca (llamada Adlib) es un punto importante de illes balears y nosotros , como no, aunque caro, entramos a comprar.
Después de la compra, comenzamos a adentrarnos en la ciudad antigua, descubriendo paso a paso los rincones urbanos,cada cual más bello. Era todo ascenso, haciendo honor a su nombre Dalt Vila o en castellano "ciudad alta", nos lo ponía difícil con aquellas altas temperaturas, no obstante, valía la pena seguir subiendo, solamente por ver las estampas tan hermosas que se abrían a nuestro paso.
Desde puntos de nuestra caminata, veíamos el mar por encima de las casas que habíamos dejado atrás, y aún sin aliento, nos parábamos a ver imágenes tales como el bello puerto con toda su flota o las colinas redondeadas que se dejaban ver, tan solo a unos kilómetros de la capital ibizenca.
Era fascinante, a la par que agotador que en cada paso, se sucedía un hecho que nos empujaba a seguir...por un lado el mar, la vista panorámica de la ciudad, el puerto...y por otro, la Catedral , que se acercaba, erigiéndose sobre nosotros desde lo alto de las murallas que la habían protegido siglos atrás.
Parece que aún percibo los sentimientos que recorrían conmigo, aquellas callejuelas de piedra que nos guiaban hacia el corazón de Dalt Vila, hacia el punto más alto de la ciudad, la plaza de la Catedral...
Después de la compra, comenzamos a adentrarnos en la ciudad antigua, descubriendo paso a paso los rincones urbanos,cada cual más bello. Era todo ascenso, haciendo honor a su nombre Dalt Vila o en castellano "ciudad alta", nos lo ponía difícil con aquellas altas temperaturas, no obstante, valía la pena seguir subiendo, solamente por ver las estampas tan hermosas que se abrían a nuestro paso.
Desde puntos de nuestra caminata, veíamos el mar por encima de las casas que habíamos dejado atrás, y aún sin aliento, nos parábamos a ver imágenes tales como el bello puerto con toda su flota o las colinas redondeadas que se dejaban ver, tan solo a unos kilómetros de la capital ibizenca.
Era fascinante, a la par que agotador que en cada paso, se sucedía un hecho que nos empujaba a seguir...por un lado el mar, la vista panorámica de la ciudad, el puerto...y por otro, la Catedral , que se acercaba, erigiéndose sobre nosotros desde lo alto de las murallas que la habían protegido siglos atrás.
Parece que aún percibo los sentimientos que recorrían conmigo, aquellas callejuelas de piedra que nos guiaban hacia el corazón de Dalt Vila, hacia el punto más alto de la ciudad, la plaza de la Catedral...
CONOCIENDO LA CIUDAD DE EIVISSA (PARTE 1)
¡Un nuevo día! Los primeros rayos del sol aparecían entre nuestras cortinas, y nos levantamos, aún medio dormidos, hasta asomarnos por el balcón de nuestra habitación.
Lo primero que sentimos fue la característica sensación de calor; sensación, que ya nos acompañaría durante toda nuestra estancia.
En el comedor, nos esperaba un refrescante, dulce y multicultural desayuno...compartiendo tostadas, croissants y bollos con los desayunos aceitosos puramente americanos, huevos y patatas fritas, beicon y todo tipo de salsas. Obviamente, nos sedujo la idea de probar algo nuevo pero tal vez por no estar acostumbrados, rechazamos la idea y nos comimos nuestros bollos.
Así, nos esperaba un largo día del que disfrutar; nuestro primer destino isleño de la jornada sería la cercana ciudad de Ibiza, a unos 5 o 6 kms de distancia.
En pocos minutos, gracias a un taxista que nos cobró lo suyo, llegamos a los pies de Dalt Vila. Allí estaba, ante nosotros, una muralla que separaba la ciudad antigua de la ya moderna, dándonos la bienvenida un túnel que la atravesaba, llevándonos hacia su interior.
Me quedé maravillado, las míticas casitas ibizencas de un blanco resplandeciente me saludaban, con sus ventanas llenas de flores de colores y todo ello acompañado de gentío y de un marco de piedra, apenas asfalto, que hacían de la zona antigua la más atractiva en ojos de bohemia.
Sin saber por donde empezar, llenos de gozo, comenzamos a recorrer el Dalt Vila dejandonos llevar por la estructura amurallada.
En aquel momento no eramos conscientes de que estábamos recorriendo una ciudad Patrimonio de la Humanidad, pero tras mi experiencia personal y siendo lo más objetivo posible, cosa difícil tratándose de la que considero ya mi isla, merece el título que ostenta.
Quizá por ello querréis quedaros y descubrir en post posteriores, pequeños retales de mis vicencias, dedicados únicamente a la isla que se abrió a mi con toda su gala, envolviéndome y embelesándome, con todo su mimo.
Lo primero que sentimos fue la característica sensación de calor; sensación, que ya nos acompañaría durante toda nuestra estancia.
En el comedor, nos esperaba un refrescante, dulce y multicultural desayuno...compartiendo tostadas, croissants y bollos con los desayunos aceitosos puramente americanos, huevos y patatas fritas, beicon y todo tipo de salsas. Obviamente, nos sedujo la idea de probar algo nuevo pero tal vez por no estar acostumbrados, rechazamos la idea y nos comimos nuestros bollos.
Así, nos esperaba un largo día del que disfrutar; nuestro primer destino isleño de la jornada sería la cercana ciudad de Ibiza, a unos 5 o 6 kms de distancia.
En pocos minutos, gracias a un taxista que nos cobró lo suyo, llegamos a los pies de Dalt Vila. Allí estaba, ante nosotros, una muralla que separaba la ciudad antigua de la ya moderna, dándonos la bienvenida un túnel que la atravesaba, llevándonos hacia su interior.
Me quedé maravillado, las míticas casitas ibizencas de un blanco resplandeciente me saludaban, con sus ventanas llenas de flores de colores y todo ello acompañado de gentío y de un marco de piedra, apenas asfalto, que hacían de la zona antigua la más atractiva en ojos de bohemia.
Sin saber por donde empezar, llenos de gozo, comenzamos a recorrer el Dalt Vila dejandonos llevar por la estructura amurallada.
En aquel momento no eramos conscientes de que estábamos recorriendo una ciudad Patrimonio de la Humanidad, pero tras mi experiencia personal y siendo lo más objetivo posible, cosa difícil tratándose de la que considero ya mi isla, merece el título que ostenta.
Quizá por ello querréis quedaros y descubrir en post posteriores, pequeños retales de mis vicencias, dedicados únicamente a la isla que se abrió a mi con toda su gala, envolviéndome y embelesándome, con todo su mimo.
martes, 28 de diciembre de 2010
PRIMERAS IMPRESIONES
Calor; esa sería la primera palabra con la que me quedaría a mi llegada.
Estaba claro que habíamos aterrizado en un punto de la geografía española de importante afluencia turística de sol y playa, pero aún sabiendolo, tal vez por ser gallegos acostumbrados a las lluvias, no nos imaginábamos ni por un instante que el cambio de clima pudiera ser tan brutal. Recuerdo que había despegado de Santiago de Compostela con una sudadera, hecho que ya en Ibiza me parecía una locura; las temperaturas, bastante altas para ser septiembre, animaban al sol a que brillase cada vez más, acompañando nuestro trayecto en bus guiado hacia nuestro alojamiento, el Hotel Don Toni, situado en Platja d'en Bossa.
Ver Ibiza en un mapa más grande
Nos quedamos con la boca abierta, las vistas desde nuestra octava planta eran indescriptibles; en primera linea de costa, cada mañana nos despertaba un sol que lo alegraba todo, incluso haciendo más llamativos los colores vivos de las aguas mediterráneas.
Un paisaje, que aún hoy cuando me levanto, siento muy cerca.
Después de acomodarnos, y aún con riesgo de lluvias, nos fuimos a disfrutar de la playa, y lo hicimos, pero duró poco...comenzó a llover. Lo que yo llamo, mala suerte...
Sin más, nos guiamos por planos y fuimos a disfrutar de los alrededores de Platja d'en Bossa; una zona rica en turismo y en todo tipo de establecimientos: descubrimos restaurantes de todo tipo, discotecas como Space, playas, mercadillos y hasta un pequeño parque acuático. Habíamos escogido un día señalado, había feria y pudimos ser conscientes del gran bullicio que habia en las calles y los puestos más hippies y artesanales, en fin, la esencia de Ibiza se comenzaba a insinuar.
Cuando por fin amainó, recorrimos el paseo marítimo, encontrandonos con el bar que tanto habíamos buscado, el "Bar Bora-Bora", un bar-restaurante situado al lado de la playa. Entramos, y miento si digo que paramos de bailar en algún instante; todas las personas que estabamos dentro, incluso aquellas que estaban en la playa, moviamos nuestros cuerpos al son de la música, mientras,nos sobrevolaban aviones con pasajeros que llegaban a últimas horas de la tarde.
Era un marco idílico; personas llegadas desde todas partes del mundo, bailando juntos al son de la misma música, sin ningún tipo de discrepancias, ni siquiera por el idioma, todo era perfecto...y de fondo, la playa, el mar y los últimos rayos de sol. ¿Alguien puede resistirse a eso?.
Como primer día, habíamos cumplido, estábamos "muertos" y nos fuimos de regreso al hotel... una cena generosa nos esperaba, y poco después, poníamos fin al primer día de nuestras vacaciones ibizencas.
He aquí un video grabado en Bora-Bora aquella misma tarde.
Estaba claro que habíamos aterrizado en un punto de la geografía española de importante afluencia turística de sol y playa, pero aún sabiendolo, tal vez por ser gallegos acostumbrados a las lluvias, no nos imaginábamos ni por un instante que el cambio de clima pudiera ser tan brutal. Recuerdo que había despegado de Santiago de Compostela con una sudadera, hecho que ya en Ibiza me parecía una locura; las temperaturas, bastante altas para ser septiembre, animaban al sol a que brillase cada vez más, acompañando nuestro trayecto en bus guiado hacia nuestro alojamiento, el Hotel Don Toni, situado en Platja d'en Bossa.
Ver Ibiza en un mapa más grande
Nos quedamos con la boca abierta, las vistas desde nuestra octava planta eran indescriptibles; en primera linea de costa, cada mañana nos despertaba un sol que lo alegraba todo, incluso haciendo más llamativos los colores vivos de las aguas mediterráneas.
Un paisaje, que aún hoy cuando me levanto, siento muy cerca.
Después de acomodarnos, y aún con riesgo de lluvias, nos fuimos a disfrutar de la playa, y lo hicimos, pero duró poco...comenzó a llover. Lo que yo llamo, mala suerte...
Sin más, nos guiamos por planos y fuimos a disfrutar de los alrededores de Platja d'en Bossa; una zona rica en turismo y en todo tipo de establecimientos: descubrimos restaurantes de todo tipo, discotecas como Space, playas, mercadillos y hasta un pequeño parque acuático. Habíamos escogido un día señalado, había feria y pudimos ser conscientes del gran bullicio que habia en las calles y los puestos más hippies y artesanales, en fin, la esencia de Ibiza se comenzaba a insinuar.
Cuando por fin amainó, recorrimos el paseo marítimo, encontrandonos con el bar que tanto habíamos buscado, el "Bar Bora-Bora", un bar-restaurante situado al lado de la playa. Entramos, y miento si digo que paramos de bailar en algún instante; todas las personas que estabamos dentro, incluso aquellas que estaban en la playa, moviamos nuestros cuerpos al son de la música, mientras,nos sobrevolaban aviones con pasajeros que llegaban a últimas horas de la tarde.
Era un marco idílico; personas llegadas desde todas partes del mundo, bailando juntos al son de la misma música, sin ningún tipo de discrepancias, ni siquiera por el idioma, todo era perfecto...y de fondo, la playa, el mar y los últimos rayos de sol. ¿Alguien puede resistirse a eso?.
Como primer día, habíamos cumplido, estábamos "muertos" y nos fuimos de regreso al hotel... una cena generosa nos esperaba, y poco después, poníamos fin al primer día de nuestras vacaciones ibizencas.
He aquí un video grabado en Bora-Bora aquella misma tarde.
¡INICIAMOS PARTIDA!
Aquí comienza el viaje en mi memoria, hacia las vacaciones en el paraíso, hace dos años; esta es la partida, y si quieres, te invito a que te quedes cerca y me acompañes.
Los recuerdos de ese día me hacen sentir muy especial. Iniciábamos un viaje muy esperado desde hacía tiempo, y que al fin, lograríamos hacer realidad.
Mis dos compañeros de viaje, mis dos amigos María y Santi, nunca habían montado en avión, por lo que a nivel personal ese día también fue muy importante para ellos.
El principio de nuestro viaje, ya desde nuestro punto de partida, Vilalba, estuvo pasado por agua y frío, se notaba que aún estábamos en Galicia.
La llegada a Lavacolla, el aeropuerto de Santiago, se hizo esperar, bien fuese por los nervios o por las ansias de despegar; la lluvia nos acompañó todo el tiempo, incluso una vez dentro, haciéndose visible en los cristales del edificio. El momento se acercaba...y habiendo facturado, esperamos nuestro ansiado vuelo.
¡Y llegó! despegamos rumbo a Madrid, nuestra próxima parada, dejando ya, las nubes atrás...
La llegada a la capital española fue tan ansiosa como la de la propia Ibiza, será también por el singular cariño que siento por esa ciudad.
Aterrizamos en la T4 y mientras esperábamos el embarque, comimos en los "self service" del aeropuerto de Barajas.
Poco tiempo después oíamos la llamada para embarcar, y ya con los billetes preparados nos dispusimos a iniciar la marcha, otro vuelo más, otro paso más cerca de la "isla mágica".
Hace ya dos años desde que la vi por primera vez, a través de aquella pequeña ventana de avión. Y aún hoy siento la emoción de aquel entonces, cuando al fin, vislumbramos una pequeña parte de la geografía costera de esa magnífica isla.
Lo cierto es que nos agolpamos en la ventana para ver lo máximo posible aquella bella estampa, la sobrevolamos de norte a sur, pudiendo ver sus playas, sus colinas, sus montañas redondeadas y también el efecto del ser humano sobre su costado (urbanizaciones, hoteles...etc).
Mar adentro, el piloto se dispuso a dar la vuelta para poder entrar en pista, y así lo hizo, regalándonos como última imagen aérea, las increíbles vistas de ses salines, un parque natural con una gran biodiversidad de especies, que constituye un gran núcleo "verde" compartido por Ibiza y Formentera.
Pies en polvorosa, emocionadísimos al tocar tierra firme, comenzamos ya...nuestra aventura veraniega, la mejor (creo) de toda mi vida.
Los recuerdos de ese día me hacen sentir muy especial. Iniciábamos un viaje muy esperado desde hacía tiempo, y que al fin, lograríamos hacer realidad.
Mis dos compañeros de viaje, mis dos amigos María y Santi, nunca habían montado en avión, por lo que a nivel personal ese día también fue muy importante para ellos.
El principio de nuestro viaje, ya desde nuestro punto de partida, Vilalba, estuvo pasado por agua y frío, se notaba que aún estábamos en Galicia.
La llegada a Lavacolla, el aeropuerto de Santiago, se hizo esperar, bien fuese por los nervios o por las ansias de despegar; la lluvia nos acompañó todo el tiempo, incluso una vez dentro, haciéndose visible en los cristales del edificio. El momento se acercaba...y habiendo facturado, esperamos nuestro ansiado vuelo.
¡Y llegó! despegamos rumbo a Madrid, nuestra próxima parada, dejando ya, las nubes atrás...
La llegada a la capital española fue tan ansiosa como la de la propia Ibiza, será también por el singular cariño que siento por esa ciudad.
Aterrizamos en la T4 y mientras esperábamos el embarque, comimos en los "self service" del aeropuerto de Barajas.
Poco tiempo después oíamos la llamada para embarcar, y ya con los billetes preparados nos dispusimos a iniciar la marcha, otro vuelo más, otro paso más cerca de la "isla mágica".
Hace ya dos años desde que la vi por primera vez, a través de aquella pequeña ventana de avión. Y aún hoy siento la emoción de aquel entonces, cuando al fin, vislumbramos una pequeña parte de la geografía costera de esa magnífica isla.
Lo cierto es que nos agolpamos en la ventana para ver lo máximo posible aquella bella estampa, la sobrevolamos de norte a sur, pudiendo ver sus playas, sus colinas, sus montañas redondeadas y también el efecto del ser humano sobre su costado (urbanizaciones, hoteles...etc).
Mar adentro, el piloto se dispuso a dar la vuelta para poder entrar en pista, y así lo hizo, regalándonos como última imagen aérea, las increíbles vistas de ses salines, un parque natural con una gran biodiversidad de especies, que constituye un gran núcleo "verde" compartido por Ibiza y Formentera.
Pies en polvorosa, emocionadísimos al tocar tierra firme, comenzamos ya...nuestra aventura veraniega, la mejor (creo) de toda mi vida.
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